Todos los rojos del mundo
Talampaya es un paisaje mineral para sumergirse en un virtual viaje a Marte. Grandes paredes de roca, la huella de antiguos dinosaurios y un profundo cañón que se convierte en túnel del tiempo y desemboca directamente en el Triásico.
¿Es posible que estas tierras que hoy lucen yermas hayan sido alguna vez una lujuriosa selva de helechos gigantes? ¿Es posible que estas rocas intensamente rojas estén sobre la Tierra y no en el remoto planeta Marte? Todo lo que parece imposible en Talampaya se hace realidad. Este parque nacional de La Rioja, en el Noroeste argentino, encierra todos los secretos del pasado de nuestro mundo e invita a descubrirlo -a solo 230 kilómetros de la capital provincial- para sumergirse en plena era Triásica. Una distancia pequeña para un viaje de 250 millones de años.
Tiempos de formación
El área protegida se extiende sobre unas 214.000 hectáreas y fue creada para cuidar no solamente el fascinante paisaje sino también los yacimientos arqueológicos y paleontológicos que dan testimonio de la antiquísima vida que prosperó en el centro-oeste de La Rioja. Forma parte de la misma cuenca geológica que el Parque Provincial Ischigualasto, el célebre Valle de la Luna sanjuanino, con el que fue declarado en conjunto Patrimonio Mundial por la Unesco.
Los profundos cañadones de Talampaya, junto a las caprichosas formas de las rocas, se formaron como resultado de la erosión pluvial y eólica sobre un clima desértico que se hace notar por la amplitud térmica: si de día el calor puede llegar a ser insoportable -particularmente en verano- de noche el termómetro desciende bruscamente. Las fuertes lluvias estivales y los vientos primaverales completan el proceso que diseñó las geoformas y hoy fascina a los fotógrafos por sus perspectivas y relieves.
Las visitas, que conviene programar para las primeras horas de la mañana o bien al atardecer, cuando las sombras oblicuas contrastan con las paredes de piedra rojiza que parecen incendiadas por el sol, se realizan obligadamente con guías.
Los paseos comienzan en el Centro de Interpretación, que reúne las oficinas administrativas, algunos sitios de acampe protegidos del sol y el punto de partida de los minibuses que llevan a los grupos de visitantes hasta la entrada del cañadón. Mientras la gente se junta se puede recorrer el Sendero del Triásico, un paseo autoguiado de 250 metros que presenta cronológicamente las características de la fauna que vivió entre estos paisajes, a partir de los fósiles encontrados en la región.
Un río desaparecido
El comienzo de la travesía es en el cañadón horadado por un río ya inexistente. Los científicos pudieron determinar su curso a través de las formas que quedaron grabadas en la piedra, señales inequívocas del impacto del tiempo y la meteorología sobre un terreno que se formó a partir de la acumulación de sedimentos durante millones de años, se levantó luego junto con los Andes y finalmente volvió a sufrir la erosión de los elementos. En tiempos geológicos, las horas que se pasan en Talampaya son menos que un pestañeo para este sitio trabajado por el sol, el agua y el viento: a lo lejos, entre algunos manchones de vegetación, manadas de guanacos o una fugaz mara recuerdan entretanto que aún existe vida.
El paseo avanza siempre en vehículo pero tiene varias paradas para bajar, caminar sobre senderos de madera, arrimarse a un punto panorámico o a las paredes de roca perfectamente lisas. La imaginación les puso desde siempre nombre a las formaciones rocosas, como el Tótem y el Monje, que están entre las más conocidas. Alcanza un día para recorrer los puntos principales, pero si hay tiempo bien vale ceder a la tentación y elegir travesías más largas que llegan hasta puntos más alejados del parque nacional convirtiendo a los pasajeros en auténticos Indiana Jones del siglo XXI.