Los cerros de mil colores
Las edificaciones del pueblo jujeño de Purmamarca parecen haber sido pensadas para fundirse con el paisaje y no para interrumpirlo: aquí prima el adobe en las paredes, incluso en los nuevos y lujosos restaurantes y alojamientos. Y ese tal vez sea su secreto: que las personas se han propuesto multiplicar la belleza y no dividirla, fundiéndose con ella, formando parte indivisible del atractivo.
La gran paleta natural
Ubicada a poco más de 50 kilómetros de San Salvador de Jujuy y a 2324 msnm, Purmamarca se levanta a los pies del cerro de los Siete Colores, transformado en un ícono de la Argentina andina. Sus capas expuestas de sedimentos parecen haber sido trazadas intencionalmente, como una intervención artística o artesanal.
Esta montaña de 4761 msnm es la principal atracción, pero además de disfrutar de la contemplación se la puede vivir con el cuerpo. Con solo dar vuelta a una esquina del pueblo, el visitante se topa con un sendero: es el Camino de Los Colorados, un paseo de apenas tres kilómetros que rodea el cerro y ofrece unas vistas espectaculares de toda la quebrada.
Al regresar, los más afectos de las costumbres locales pueden probar en la plaza del pueblo alguna tortilla norteña asada o empanadas: en los últimos años se multiplicaron las opciones gastronómicas y hay restaurantes pequeños que fusionan los productos locales con técnicas internacionales. Todo esto con un gran valor agregado: el silencio, encantador y sanador al mismo tiempo.
El comienzo de un gran viaje
Purmamarca -que bien podría ser considerada como un destino con peso propio- es también el punto de partida para una aventura por la Quebrada de Humahuaca.
Luego de arribar (digamos por la tarde) al Aeropuerto de San Salvador, se toma un transfer o se alquila un auto hasta el poblado: el trayecto llevará una hora de viaje y da tiempo para un paseo por la plaza o disfrutar de las comodidades del hotel o posada: spa, piscina, un hogar a leña, un banco con vista a los cerros o simplemente una cómoda cama.
Cuando el cae el sol se puede cenar algo reconfortante, como un pastel de cabrito, costillas de cordero, un locro o tal vez una ensalada con productos locales. Y luego a reponer energías disfrutando del silencio andino.
Muy temprano, tras un buen desayuno, al día siguiente la opción recomendada es visitar las Salinas Grandes, uno de los mayores atractivos de la provincia de Jujuy. Se sugiere partir a las 7.00 u 8.00 de la mañana para transitar los 60 kilómetros de ruta ascendiendo la Cuesta de Lipán, desde donde se puede ver el sol asomar entre los cerros y haciendo brillar el serpenteante camino.
Cuando ya faltan pocos kilómetros, por el parabrisas del vehículo se ve una larguísima recta de asfalto que se pierde en un mar blanco. Se trata de uno de los salares más extensos del país y el mundo (212 km²), del que se extrae sal de tres calidades diferentes.
El paisaje es extraordinario y la infaltable foto delante de los ojos de agua (para salir con el propio reflejo) o saltando asegura una estupenda imagen de perfil para el resto del año.
Dicen que es mejor ir por la mañana, para aprovechar el suave sol y resguardarse del calor del mediodía. A esa hora es preferible estar de regreso en Purmamarca para almorzar o bien hacer unos kilómetros más y comer en Tilcara, de modo de tener la tarde libre para hacer lo que se desee.
Esa noche, luego de cenar, se puede visitar alguna peña para compartir un buen vino, escuchar a algún artista folklórico local o, por qué no, bailar un poco. Al día siguiente, luego del almuerzo, llega la hora de visitar el Hornocal, una formación geológica que comenzó a elevarse en el Cretácico medio y deja ver sus coloridas capas de sedimentos. Se lo conoce como el Cerro de los Catorce Colores, y su silueta es una verdadera postal: justamente por ello recomiendan hacer el tour por la tarde, cuando el sol le da de frente y se percibe en todo su esplendor.
Al regresar, a lo largo de esos casi 60 kilómetros, el sol comienza a caer y los pueblos se transforman. Las sombras y el contraluz cambian las escalas cromáticas y el paisaje poco se parece al de la ida. Algunas luces comienzan a encenderse en Maimará, Humahuaca, Tilcara, y al llegar a Purmamarca las montañas ya no existen.
Del Cerro de los Siete Colores no queda ni el contorno, y el mundo es lo que sucede a pocos pasos. Más allá, las cosas apenas se pueden sospechar. Y cuando los colores parecen haber desaparecido del paisaje, todavía quedan los de su gente.