Agua grande, de salto en salto
Las Cataratas del Iguazú son famosas en el mundo entero: pero no son las únicas maravillas de los ríos misioneros, que del Paraná al Uruguay regalan paisajes de selva y cascadas signados por la exuberancia y la grandiosidad de la naturaleza.
Iguazú, el agua grande, se lleva todas las miradas. No es para menos: este conjunto de cataratas formado por 275 saltos, que culminan en la grandiosidad casi inquietante de la Garganta del Diablo, es uno de los espectáculos más salvajes que ofrece nuestro planeta. Patrimonio de la Humanidad y Maravilla Natural, la experiencia de adentrarse por las pasarelas y entrar en contacto directo con la fauna y flora exuberante de los trópicos resulta inolvidable. Más aún de noche, cuando bajo el resplandor de la luna llena los sonidos de la selva adquieren una dimensión mágica.
Tanta es la grandeza de Iguazú que casi inevitablemente deja en segundo plano otras maravillas naturales de Misiones, una provincia que si bien originalmente tenía solo una pequeña porción de la mata atlántica -la gran selva que cubría desde Brasil hasta el norte argentino- hoy es la que conserva la mayor proporción de este gigantesco pulmón verde del continente. Vista desde lo alto, parece una alfombra infinita de un verde compacto que tapiza miles y miles de hectáreas: pero vista desde adentro, la selva es un mundo vivo hecho de infinitos detalles. Y entre ellos, la Ruta de los Saltos hilvana algunos de los más bellos y sorprendentes paisajes misioneros.
Puerto Libertad
Esta localidad dista solo 25 kilómetros del Parque Nacional Iguazú. Nació a principios de los años 20 en torno a un emprendimiento de cultivo de la yerba mate impulsado por la familia Bemberg. Su historia no es distinta de la de otros pueblos a orillas del Paraná: el primer núcleo surgió en torno al desembarcadero al que llegaban los colonos y luego se extendió hasta la Ruta 12, que articula gran parte de los recorridos por la Misiones turistica. Más allá de su historia pionera en la explotación del “oro verde”, el viajero que llega hoy va en busca de Puerto Bemberg, un lodge enclavado entre cientos de hectáreas de bosque nativo milagrosamente bien conservado. Y aquí precisamente comienza la Ruta de los Saltos misionera: remontando en lancha el río Paraná, pasada alrededor de media hora se alcanza un recodo del río que esconde la belleza del Salto de Yasy, una cascada donde el agua cae rebotando de roca en roca desde lo alto de un gran acantilado. Todo el entorno es de ensueño, y la baja afluencia de visitantes no hace sino aumentar el encanto agreste de este rincón de la provincia.
La Ruta de los Saltos sigue bajando por la RN 12 hasta la ruta 220, que lleva al pueblo de Garuhapé. Es un camino sinuoso, como tantos en Misiones, que muestra una cara muy alejada de la más turística que suele verse en Iguazú: aquí se suceden plantaciones de pinos para explotación de madera; campos de té; cultivos de yerba mate; casitas de colonos que revelan en los rasgos y en los apellidos sus remotos orígenes ucranianos, suizos o alemanes. Entre unos y otros resurge la selva. con aquellas entrañas verdes donde se oculta el ágil yaguareté, el colorido tucán, los ruidosos monos. Suelen decir los expertos en observación de aves que no conviene iniciarse en tal actividad en la selva, ya que la abundancia de flora hace más difícil descubrir los pájaros entre el follaje: sin embargo, quien logre divisar guacamayos o tucanes, que suelen acercarse en bandada al atardecer, podrá gozar de un espectáculo sin igual, un imán para los fotógrafos y los amantes del birdwatching.
Salto Encantado
Pero aún falta mucho por ver: al llegar hacia las cercanías del Aristóbulo del Valle, espera al viajero el Parque Provincial Salto Encantado, que ofrece un restaurante y centro de interpretación para poner en contexto lo que se está viendo y viviendo. Sin embargo el anzuelo para pasar aquí el día no es la infraestructura turística -aunque siempre sea bienvenida- sino esta impactante cascada de más de 60 metros de altura que bien merece su nombre. Para apreciarla en todo su esplendor hay varios miradores que permiten fotografiarla desde distintos ángulos. Y así como las Cataratas del Iguazú tienen su leyenda, también la tiene el Salto Encantado, del que se cuenta que nació por las lágrimas de una pareja indígena abatida a flechazos por una tribu enemiga. Al morir, el estruendo de un trueno partió las rocas y el llanto se transformó en la cascada.
No muy lejos de aquí, Piedras Blancas es otro de los hitos de la Ruta de los Saltos. Se llega atravesando carreteras pequeñas hasta un área de camping: y allí entre las piedras el arroyo Torto cae en desnivel y forma otro de los saltos de este itinerario misionero. Una escalera facilita el acceso hasta el pie mismo de catarata, que invita a refrescarse al pie del salto en los piletones naturales formados por los desniveles rocosos.
La gran fractura
El extremo final de la Ruta de los Saltos se encuentra al borde de la Reserva de la Biosfera Yabotí, una de las 15 de este tipo que existen en la Argentina, al norte del poblado de El Soberbio. Dicen que este es el mejor lugar de Misiones para conocer la peculiaridad del habla local, un castellano que se declina con la cadencia y el ritmo del portugués de los vecinos brasileños. El río Uruguay delimita la frontera: separa y al mismo tiempo une.
En lengua guaraní, Yabotí significa “tortuga”. Imposible no pensar en la tortuga gigante de los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga, pero lo cierto es que son muchos los relatos aborígenes que eligen a este animal como protagonista, por su doble condición de lentitud pero también de astucia. En todo caso, navegando los arroyos de la zona es común verlas, sobre los troncos, calentando sus caparazones al sol. Así es que aparecen también cuando el viajero se embarca hacia una de las estrellas de esta ruta: los Saltos del Moconá, tan curiosos como elusivos. Porque el viajero irá a verlos, pero nunca estará seguro de encontrarlos.
Ocurre que estas cascadas, que se forman porque en el lecho del río hay una falla de tres kilómetros de largo, aparecen y desaparecen: esto se debe a que, si el río Uruguay tiene mucho caudal, el agua sube y el fenómeno de la cascada sobre la falla ya no se ve. Pero si ocurre lo contrario, los saltos alcanzan hasta 20 metros de altura y entonces el espectáculo es digno de leyenda. Uno tras otro, sacuden su espuma blanca sobre las aguas rojizas y todo lo arrastran con una furia que se diría divina. En general, se navega alrededor de media hora desde el arroyo Yabotí para llegar hasta los saltos (el único problema es que no siempre se sabe antes de salir si están visibles o no… hay que dejar que la naturaleza hable, además de las represas brasileñas que río arriba tienen mucho que ver con lo que ocurre más al sur en esta sucesión de cascadas). Además los lodges de la zona ofrecen varios senderos para caminar por la selva, descubrir las aves que allí habitan y aventurarse en otras actividades, desde flotadas por los arroyos hasta rappel sobre una cascada. Y finamente, la Ruta de los Saltos puede cerrarse con un lanzamiento en tirolesa, a la altura de la copa de los árboles, sobre el Salto Horacio: ubicado dentro del terreno de uno de los lodges de la Reserva Yabotí, es una pequeña joyita que revela una vez más la riqueza de verde y agua que brilla en la provincia de Misiones. Bien equipados con cascos y arneses, será posible tener de este paisaje una visita como la que tienen los pájaros: un sueño cumplido en las tierras del agua grande.